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UN PULMÓN QUE OXIGENA AL ATLÁNTICO

Actualizado: 2 abr 2018


Por: @angiefontalvo98


Como un eco que pierde su fuerza siento ya el ruido de los pitos producido durante el tráfico en la ciudad de Barranquilla, ahora la tranquilidad y el aire puro me acompañan, hay artesanías que ayudan a colorear el paisaje y se ven burros transitando por las calles junto a sus dueños, estoy de regreso en el hermoso municipio de Usiacurí engalanado por su vegetación y a punto de visitar la reserva natural de Luriza reconocida por ser de los pocos bosques seco tropical en Colombia.


son las 8:45am y después del encuentro con el señor Gregorio Márquez, guía de la fundación ecoturística Usiacurí emprendemos el viaje en moto, estamos ubicados desde las afueras del hospital municipal y a tan solo 10 minutos de nuestro destino; después de transitar por algunos barrios donde las casas tienen fachadas coloridas pasamos a la parte más rural, nos adentramos a Luriza, donde se complementan a la perfección el radiante sol y el verde de las plantas, disfruto de cada instante, de la fresca brisa que retumba en el lugar, de escuchar el canto de los pájaros y los saludos tan coloquiales de las pocas personas que se encuentran en la carretera cargando costales llenos de alimentos sobre sus hombros.


Finalmente, para llegar a la reserva hemos subido una pendiente muy inclinada, después de esquivar una que otra roca y tomar el terreno más seguro llegamos a la parte alta donde nos bajamos para iniciar nuestra travesía informando que volvieran por nosotros dentro de tres horas. El reloj marca las 9:00 am y desde esta ubicación hay una perfecta vista panorámica del lugar, una exuberante vegetación con pájaros volando sobre ella.


Las mariposas revolotean y al comenzar a bajar la colina se debe estar pendiente en donde pisar pues la tierra está agrietada y con riesgo de desplazamiento ya que ha sido removida con anterioridad por maquinaria pesada afectando así su estado. Sin embargo, la naturaleza toma aquí el control gracias a las raíces de los grandes árboles y el crecimiento de otros retoños que han contribuido a no causar una mayor problemática ambiental, en el suelo se observan decenas de insectos conocidos como 'cuchunas'.


De repente escucho la voz de un hombre dando los buenos días acompañado de una sonrisa, va cuesta abajo y nos sobrepasa en el camino; es de contextura delgada lleva puesta una camisa desabrochada y un pantalón holgado, en su cintura tiene atado a un costado el machete y como calzado unas botas campesinas. El señor hace parte de las pocas familias que habitan el caserío de la reserva. Aquí la señal telefónica no llega y para abastecerse y realizar sus labores diarias en el municipio, los habitantes deben superar el arduo recorrido por las lomas que en ocasiones se vuelven intransitables.

La temperatura comienza hacer efecto, el calor se hace más intenso al bajar y en la entrada de la reserva se aprecia un enorme árbol de caucho, cerca de este se encuentra tallado sobre un tronco ya barnizado la información de la zona acompañada del logo de la corporación autónoma regional. Iniciando la caminata se observan árboles como la ceiba y el caucho el cual tienen atado en su tronco pequeños recipientes donde se recolecta la sustancia gomosa que estos producen. Además, hay una especie muy importante que se pasea en horas específicas por la zona, es el mono aullador reconocido por el sonido que produce y su pelaje tan rojizo como la llamarada del fuego que espero apreciar a lo largo del recorrido.


Mientras caminamos miro a mi alrededor, estoy cobijada por grandes árboles que se entrelazan en lo más alto formando una telaraña. El sendero por el que estamos es todo el espacio que ocupa la microcuenca del arroyo Luriza que nace desde la parte más alta de la reserva extendiéndose alrededor de ella y manteniéndose con un nivel muy bajo en esta época, sin embargo, este aumenta su caudal ante la primera lluvia que se presente. Alrededor de la corriente se observan patos y cerdos revolcándose entre el lodo, acompañados por la sinfonía del cantar de las aves; sonido opacado por un vallenato que se escucha a lo lejos a unos niveles bajos, lo cual es un indicador de proximidad con las primeras casas de la zona, la música proviene de un humilde hogar donde la radio está puesta sobre las ramas de un árbol, más adelante me encontraría con un huerto que manejan estas familias para contribuir a la salvaguarda del lugar con plantas de mango entre otras, en el jardín de la residencia hay jaulas que contienen gallinas y chivos. El dueño no está en casa, pero, este no tiene ninguna restricción para visitantes y propios, todos pueden observar las plantaciones, aquí el único guardián es un perro amigable que se olvida de nuestra presencia y se echa a dormir. Las casas continúan, se siente las risas de niños pequeños y voces de adultos hablando, Gregorio grita muy fuerte saludando a aquellos que están reunidos practicando técnicas artesanales al pie del fogón de leña preparando los alimentos; la cultura se respira en cada rincón de este municipio.


Empezamos a dejar atrás a las familias y nos adentramos en el bosque, al dirigir la mirada hacia el cielo noto un movimiento entre alguna de las ramas, sin embargo, todavía no identificó que especie es, luego de unos segundos de estar en completo silencio para no ahuyentarla. Con ayuda del guía observamos que se oculta cada vez más y sus ojos resplandecen como dos luceros, es un hermoso búho con plumaje color café y blanco que desaparece entre la copa del árbol. Continuando con el recorrido se comienza a sentir el cambio de temperatura la humedad en el ambiente se hace presente, a pesar de percibirse algo de calor mi piel está completamente fría y sin una gota de sudor. Ahora hay un silencio ensordecedor, por primera vez percibo lo alejada que me encuentro, las únicas voces presentes son la de Gregorio y la mía estamos rodeados de especies que tienen un lenguaje propio, ese es un momento realmente único.


En el suelo hay acumulación de hojas secas que hacen dar la sensación de caminar sobre una alfombra, y entre ellas hay unas heces fecales, que son de los monos aulladores para marcar su territorio. Inesperadamente un colibrí se interpone en el camino, se vuelve el protagonista y comienza moverse rápidamente en los alrededores, no lo perdemos de vista sus colores tornasolados se conjugan con la poca luz que se filtra de entre las ramas de los árboles. Pronto Gregorio nota que simbolizamos una amenaza para la pequeña especie pues, sobre un delgado tronco se encuentra su nido hecho con paja seca que mide una pulgada y media, allí está su huevo; por lo tanto, decidimos dar unos pasos atrás y esperar alrededor de 3 minutos con cámara en mano preparados para disparar y capturar el momento en que posara sobre él, sin embargo, esto no fue posible el tiempo se agota y necesitamos continuar avanzando.


Voy siguiendo de forma minuciosa los pasos de Gregorio para no quedar atrapada por el barro. Estamos escalando rocas grandes, cubiertas por el musgo que se extienden sobre ellas cumpliendo la función de capturar el agua del ecosistema para evitar la desertización del suelo que están a orillas de la corriente, las llamadas guacharacas de la región dicen presente con su canto que puede despertar a cualquiera, los renacuajos danzan en el agua y el tick tack del reloj ya juega en nuestra contra. Son las 11:30am y debemos darnos prisa para estar a tiempo nuevamente en la cima que conduce a la entrada de la reserva. El mono aullador no se hizo presente durante el recorrido, estábamos de regreso y Gregorio me informa que estos a veces comienzan aparecer del medio día en adelante. El sol se encuentra en uno de sus puntos máximos, estando frente a la colina está ahora se ve más pronunciada que antes.


Subimos con total tranquilidad, Gregorio me ayuda pues una caída a la altura que vamos ya podría ser aparatosa, decido tomar un descanso para respirar y tomar fuerza, la vista no deja de sorprenderme y entre las grietas de la tierra la vida renace con pequeñas flores amarillas que contrastan con los colores del lugar, una nube comienza a opacar al sol y comienza una leve llovizna, así de abrupto es el clima cerca y dentro del bosque. Estando ya en la parte alta nos resguardamos del agua bajo un árbol de matarratón, pero de un momento a otro el silencio es alterado por muchos rugidos, son los monos aulladores que comienzan hacer presencia desde lo más profundo del bosque. Claramente no hay ni uno a la vista todos están entre los árboles, es un sonido indescriptible su ruido demoró alrededor de minuto y medio. Luego de esto, todo vuelve a la normalidad y a las 12:10pm llegan por nosotros los dos mototaxistas, el regreso se torna muy fácil, y vamos rumbo a la plaza municipal de Usiacurí donde tomaré el bus que me lleve de regreso a Barranquilla.


Estando frente a la iglesia Santo Domingo de Guzmán que luce imponente, continuó conversando con Gregorio quien al notar que todavía el bus tardaría haciendo el recorrido por todo el municipio, decide invitarme a subir al mirador que se comunica a través de un puente de madera con la parroquia, este también es un lugar atractivo para los visitantes y no es para menos está sobre una colina rodeada de palmeras y flores de trinitaria rojas que resalta el azul y blanco de su fachada.


Desde allí se puede observar todo el municipio, llamado ' Pesebre del Atlántico' conjugado con el verde del paisaje donde se observa a lo lejos la reserva de Luriza, el cielo está acompañado ahora de copos de algodón y se siente una brisa cálida en el lugar. Para Márquez, este lugar continúa teniendo rasgos pueblerinos y cuando comienza hablar de esto precisamente se escucha un rebuzno y dice justamente a eso me refería. Observó que el bus ya está acercándose nuevamente a plaza esta vez listo para partir, y me despido de este pulmón del Atlántico con los mejores recuerdos y experiencias dejando atrás la tranquilidad que este transmite.




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